arte de Miyazaki

martes, 3 de marzo de 2015

Muere un día

Decidido a levantarme para hacer trabajar a mis piernas aproveché para dar una vuelta por el casco histórico de la ciudad. Pasé por la glorieta, el lugar donde cientos de personas se habían reunido una vez para alabar las maravillosas melodías de una banda amateur, más pegadiza de lo que en un principio se esperaba. Los jóvenes músicos entrados ya en una adolescencia avanzada parecían brillar ante los focos de luz de colores que se proyectaban sobre ellos, pero alguien destacaba por encima del resto de amigos. Un chico apuesto de rasgos suaves y tez clara que dejaba ver unos ojos verdes esmeralda bastante atrayentes y salvajemente despreocupados. Él  marcaba el ritmo y todos lo seguían con gran confianza y sin temor a errores, los errores eran para quien tenía miedo a fallar, pero ellos no entendían ese sentimiento.
 Continué por las oscuras callejuelas del centro, rodeadas de un ambiente helado y una calzada resbaladiza por el rocío. Mi regular respiración exhalaba un vaho blanco parecido al humo del tabaco, para luego inhalarlo por la nariz provocándome unas punzadas de dolor intensas pero efímeras. Cerca del parque hacia el que dirigí la vista estaba la plaza de los apóstoles, donde todo había comenzado una vez, con un pequeño hombrecito aprendiendo a tocar la armónica de "la vida", recordada así porque gracias a esa pequeña herramienta de metal aquel niño se ganaba unos cuantos centavos, lo justo para las tres comidas del día, que aunque, por el aspecto quizás, no era un alimento digno de llevarse a la boca, el chico lo engullía con glotonería y entusiasmo, provocando las miradas de desaprobación de la gente que pasaba por su lado, con intenciones que ni siquiera llegaban a rozar los pensamientos de un niño feliz con tener algo de comer.
Continué mi camino, esta vez dirigiéndome cerca del río, por donde corría un brisa más helada si cabía que la de la misma agua. Allí, justo donde unos cisnes y unos cuantos gansos se amontonaban en la orilla había aparecido un grupo de jóvenes años atrás, aquel sitio se les antojó su guarida y lugar de planificación. Esa época fue una de las mejores de sus vidas. Charlaban y planeaban su futuro como banda de rock, se contaban los amores y las desventuras, se llevaban sus guitarras para ensayar y unos aperitivos para acompañar. El chico de la armónica y de ojos esmeralda era el más vivo y risueño, consideraba que su labor era la de llevar al grupo a una unión que fuese imposible de separar incluso por la propia muerte. <Que irónico>, pensé en ese momento. Él daba los discursos alicientes que rebosaban de carisma hacia sus interlocutores, que lo escuchaban con atención y con un destello brillante en la mirada. Observándolos con detalle, en una escena me pareció ver al sol alumbrando a los planetas de su sistema solar. Cuando me quise dar cuenta, esos ojos destellantes me observaban desde la ribera del río, directamente se clavaron en los míos permitiéndome deliberadamente, adentrarme en su mente. El chico sabía quién era y porqué estaba allí, pero percibí con asombro una gran frialdad, seguramente incapaz de dirigirla a otra persona que no fuese yo.
No quise detenerme más en ese recuerdo y eché a andar de nuevo, sin un rumbo fijo, porque daba igual donde me dirigiese, siempre llegaría al pasado del chico de la gran sonrisa.
Pero el momento se acercaba cada vez más, y las salidas se desvanecían dando paso al único camino que debía seguir y en el que comenzaba mi trabajo.
Avanzando en la neblina llegué a vislumbrar algo al final de un puente, alguien de pie y de ojos verdes me esperaba al otro lado, de modo que aceleré el ritmo hasta que estuve frente a él.
-¿Que quieres, porqué me sigues?- me preguntó en un tono desafiante. Su expresión, aún así, me dejaba entrever su perplejidad.
Después de escuchar tantas veces las mismas preguntas mi mente se había colapsado hasta tal punto que mi respuesta era un acto reflejo que no distaba de miramientos ni de detalles. Todos eran, al final, innecesarios.
-Vengo a por ti, debes venir conmigo. Esto se ha acabado para ti.
El chico me miró con su hermoso rostro sin decir una palabra.
-Ya sabes quién soy, no necesitas más. Sólo debes acompañarme-. Me acerqué a él pero retrocedió y tropezó cayendo en la carretera del puente. Ahora su ropa y su rostro tenían matices marrones por el barro que había saltado. Esa noche había llovido bastante.
-No sé qué haces aquí ¿porqué no te vas donde te necesiten? A mi todavía me quedan muchas cosas por hacer y muchos lugares que ver. ¡No es mi hora!
Giré la mirada hacia la derecha, debajo del puente sobre el que nos encontrábamos el río corría fuerte y su caudal había aumentado gracias a la tormenta de anoche. Agudicé mis ojos hasta que pude ver con claridad el coche que había caído desenfrenado por el borde del puente hasta el río, y que ahora estaba hundido en el agua con su conductor al volante, un chico de ojos esmeralda al que le había resultado imposible abrir la puerta del auto debido a la presión, y que no había podido aguantar la respiración más de un minuto, hasta que sus pulmones encharcados  le habían fallado y el corazón se le había parado, dejando el cuerpo inerte en un flotante equilibrio bajo el dulce circuito del agua.
-¡Todavía pueden salvarme! Sólo necesito que alguien venga a rescatarme y sea tan amable de llevarme a un hospital. No está todo perdido. ¡Dame un poco más de tiempo!
Su actitud ahora era desesperada, las lágrimas le resbalaban por las mejillas rojas de la tensión y la angustia. Comenzó a hiperventilar sin dejar ningún rastro en el aire, de su respiración ya no salía ese vaho blanco del invierno, sus llantos ya no se escuchaban en el mundo, todo había cambiado de un momento a otro, y comprendía perfectamente que ese cambio repentino era la clave de su tristeza desgarradora y de su desesperación, pero ya no había vuelta atrás. La vida es un cúmulo de sorpresas, a veces buenas y otras malas, pero a todos nos llegan ambas a la hora establecida.
Por un momento me apiadé de él. Sabía el tipo de persona que era, había estado observándolo durante un tiempo porque algo que emanaba de aquel chico atraía con una fuerza tremenda a todo el que hubiese visto esos ojos inspiradores. Que a menudo eran despertados o emocionados por su fascinación desde las pequeñas e inexpertas notas de la  armónica, hasta la batería estruendosa de ritmo rockero.
El chico leyó mi cara, aunque fuese algo parecido a un demonio no significa que de vez en cuando pudiera responder de manera humana a las emociones de alguien en particular.
-No necesitas más tiempo, has hecho todo lo que tenías que hacer, lo has hecho todo. Y no debes angustiarte porque esto vaya a acabar, te espera un camino nuevo que seguir, más sitios que ver, más cosas que descubrir, más sensaciones que sentir y más personas que conocer.- Esa iba a ser toda respuesta final que diese al joven, cosa que pareció entender porque después de un rato sentado en la acera se levantó y me miró resuelto.
-Está bien, iré contigo si me prometes una cosa-. Tal petición realmente me sorprendió, sentía que su mente había girado ciento ochenta grados. Se había tranquilizado y pensaba normalmente. Era como si en el fondo, él esperase lo que estaba a punto de ocurrir.
-¿De qué se trata?
Vi cómo se sacaba un objeto plateado del bolsillo, el instrumento se encontraba en su peor momento, pero sin duda se trataba de la vieja armónica de aquel niño que con cinco años había conseguido la atención de personas asombradas por su genio musical.
-Esto es para ti. Sé que llevas años observándome, y no eres el único, yo también te he observado. No sé que eres realmente, si un espíritu mensajero, un demonio, un ángel de la guarda, pero ¿Sabes qué? me da igual, porque sé que siempre has estado ahí para protegerme. Que cuando las cosas me iban mal, tu aparecías inclinando la balanza hacia el lado contrario, y también estoy seguro de que has puesto fin a mil batallas que se han librado por razones despiadadas y sin rumbo, es por eso que te ofrezco esto como recompensa por todo lo que has hecho por mí, y lo que seguirás haciendo por los demás. Confío en ti y por eso te seguiré.
Me quedé atónito. Nunca antes había escuchado tal revelación hacia mi persona. No daba crédito a las palabras que había recibido mi oído de águila. ¿Era cierto que alguien a quien estaba condenando a morir, aunque fuese un hecho irremediable, estuviese agradeciéndomelo? Es cierto que lo observé y cierto es también que sin darme cuenta pude influir positivamente en algún momento de su vida, pero si así fue no lo hice exclusivamente por él, sino por el simple placer del entretenimiento, y puesto que era una persona interesante, las cosas no debían acabar tan rápido. Pero ese era el único motivo por el que de vez en cuando mi mente sin pensarlo tendía a cuidarlo y protegerlo. Sin embargo, y dejando todo eso de lado, la persona que está aquí ahora es la que viene a por su alma, todos los demás habrían suplicado entre lágrimas como él hacía hace un momento, pero nunca me había enfrentado a una situación en que la persona que se hallaba al límite encontrase un resquicio de humildad y humanidad con la que me llegase a comprender de alguna forma, incluso hasta el punto de ofrecerme un objeto sagrado para él. Deseé con todas mis fuerzas que sus palabras hubiesen sido la verdad de mis intenciones pasadas.
Sin darme cuenta unas gotas cálidas comenzaron a resbalar por mis huesudas mejillas, las primeras en todos mis días de vida. Me llevé la mano a la cara limpiándome sorprendido esas muestras de afecto que habían nacido de unos ojos sin brillo ni  vida. Contemplé al joven, que de repente me inspiraba terror, un terror por otro lado placentero, puesto que era una persona capaz de cambiar mi vida de un momento a otro.

Fue el chico el que se acercó a mi entonces, me cogió la mano y me posó el instrumento rodeándome los dedos sobre él provocándome un escalofrío .
Sonrió, y fue una sonrisa brillante, la más brillante y también la más triste que había existido.