Decidido a levantarme para hacer trabajar a mis piernas
aproveché para dar una vuelta por el casco histórico de la ciudad. Pasé por la
glorieta, el lugar donde cientos de personas se habían reunido una vez para alabar
las maravillosas melodías de una banda amateur, más pegadiza de lo que en un
principio se esperaba. Los jóvenes músicos entrados ya en una adolescencia
avanzada parecían brillar ante los focos de luz de colores que se proyectaban
sobre ellos, pero alguien destacaba por encima del resto de amigos. Un chico
apuesto de rasgos suaves y tez clara que dejaba ver unos ojos verdes esmeralda
bastante atrayentes y salvajemente despreocupados. Él marcaba el ritmo y todos lo seguían con gran
confianza y sin temor a errores, los errores eran para quien tenía miedo a
fallar, pero ellos no entendían ese sentimiento.
Continué por las
oscuras callejuelas del centro, rodeadas de un ambiente helado y una calzada
resbaladiza por el rocío. Mi regular respiración exhalaba un vaho blanco
parecido al humo del tabaco, para luego inhalarlo por la nariz provocándome
unas punzadas de dolor intensas pero efímeras. Cerca del parque hacia el que
dirigí la vista estaba la plaza de los apóstoles, donde todo había comenzado
una vez, con un pequeño hombrecito aprendiendo a tocar la armónica de "la
vida", recordada así porque gracias a esa pequeña herramienta de metal
aquel niño se ganaba unos cuantos centavos, lo justo para las tres comidas del
día, que aunque, por el aspecto quizás, no era un alimento digno de llevarse a
la boca, el chico lo engullía con glotonería y entusiasmo, provocando las
miradas de desaprobación de la gente que pasaba por su lado, con intenciones
que ni siquiera llegaban a rozar los pensamientos de un niño feliz con tener
algo de comer.
Continué mi camino, esta vez dirigiéndome cerca del río, por
donde corría un brisa más helada si cabía que la de la misma agua. Allí, justo
donde unos cisnes y unos cuantos gansos se amontonaban en la orilla había
aparecido un grupo de jóvenes años atrás, aquel sitio se les antojó su guarida
y lugar de planificación. Esa época fue una de las mejores de sus vidas.
Charlaban y planeaban su futuro como banda de rock, se contaban los amores y
las desventuras, se llevaban sus guitarras para ensayar y unos aperitivos para
acompañar. El chico de la armónica y de ojos esmeralda era el más vivo y
risueño, consideraba que su labor era la de llevar al grupo a una unión que
fuese imposible de separar incluso por la propia muerte. <Que irónico>, pensé
en ese momento. Él daba los discursos alicientes que rebosaban de carisma hacia
sus interlocutores, que lo escuchaban con atención y con un destello brillante
en la mirada. Observándolos con detalle, en una escena me pareció ver al sol
alumbrando a los planetas de su sistema solar. Cuando me quise dar cuenta, esos
ojos destellantes me observaban desde la ribera del río, directamente se
clavaron en los míos permitiéndome deliberadamente, adentrarme en su mente. El
chico sabía quién era y porqué estaba allí, pero percibí con asombro una gran
frialdad, seguramente incapaz de dirigirla a otra persona que no fuese yo.
No quise detenerme más en ese recuerdo y eché a andar de
nuevo, sin un rumbo fijo, porque daba igual donde me dirigiese, siempre
llegaría al pasado del chico de la gran sonrisa.
Pero el momento se acercaba cada vez más, y las salidas se
desvanecían dando paso al único camino que debía seguir y en el que comenzaba
mi trabajo.
Avanzando en la neblina llegué a vislumbrar algo al final de
un puente, alguien de pie y de ojos verdes me esperaba al otro lado, de modo
que aceleré el ritmo hasta que estuve frente a él.
-¿Que quieres, porqué me sigues?- me preguntó en un tono
desafiante. Su expresión, aún así, me dejaba entrever su perplejidad.
Después de escuchar tantas veces las mismas preguntas mi
mente se había colapsado hasta tal punto que mi respuesta era un acto reflejo
que no distaba de miramientos ni de detalles. Todos eran, al final,
innecesarios.
-Vengo a por ti, debes venir conmigo. Esto se ha acabado
para ti.
El chico me miró con su hermoso rostro sin decir una
palabra.
-Ya sabes quién soy, no necesitas más. Sólo debes
acompañarme-. Me acerqué a él pero retrocedió y tropezó cayendo en la carretera
del puente. Ahora su ropa y su rostro tenían matices marrones por el barro que
había saltado. Esa noche había llovido bastante.
-No sé qué haces aquí ¿porqué no te vas donde te necesiten?
A mi todavía me quedan muchas cosas por hacer y muchos lugares que ver. ¡No es
mi hora!
Giré la mirada hacia la derecha, debajo del puente sobre el
que nos encontrábamos el río corría fuerte y su caudal había aumentado gracias
a la tormenta de anoche. Agudicé mis ojos hasta que pude ver con claridad el
coche que había caído desenfrenado por el borde del puente hasta el río, y que
ahora estaba hundido en el agua con su conductor al volante, un chico de ojos
esmeralda al que le había resultado imposible abrir la puerta del auto debido a
la presión, y que no había podido aguantar la respiración más de un minuto,
hasta que sus pulmones encharcados le
habían fallado y el corazón se le había parado, dejando el cuerpo inerte en un
flotante equilibrio bajo el dulce circuito del agua.
-¡Todavía pueden salvarme! Sólo necesito que alguien venga a
rescatarme y sea tan amable de llevarme a un hospital. No está todo perdido.
¡Dame un poco más de tiempo!
Su actitud ahora era desesperada, las lágrimas le resbalaban
por las mejillas rojas de la tensión y la angustia. Comenzó a hiperventilar sin
dejar ningún rastro en el aire, de su respiración ya no salía ese vaho blanco
del invierno, sus llantos ya no se escuchaban en el mundo, todo había cambiado
de un momento a otro, y comprendía perfectamente que ese cambio repentino era
la clave de su tristeza desgarradora y de su desesperación, pero ya no había
vuelta atrás. La vida es un cúmulo de sorpresas, a veces buenas y otras malas,
pero a todos nos llegan ambas a la hora establecida.
Por un momento me apiadé de él. Sabía el tipo de persona que
era, había estado observándolo durante un tiempo porque algo que emanaba de
aquel chico atraía con una fuerza tremenda a todo el que hubiese visto esos
ojos inspiradores. Que a menudo eran despertados o emocionados por su
fascinación desde las pequeñas e inexpertas notas de la armónica, hasta la batería estruendosa de
ritmo rockero.
El chico leyó mi cara, aunque fuese algo parecido a un
demonio no significa que de vez en cuando pudiera responder de manera humana a
las emociones de alguien en particular.
-No necesitas más tiempo, has hecho todo lo que tenías que
hacer, lo has hecho todo. Y no debes angustiarte porque esto vaya a acabar, te
espera un camino nuevo que seguir, más sitios que ver, más cosas que descubrir,
más sensaciones que sentir y más personas que conocer.- Esa iba a ser toda
respuesta final que diese al joven, cosa que pareció entender porque después de
un rato sentado en la acera se levantó y me miró resuelto.
-Está bien, iré contigo si me prometes una cosa-. Tal
petición realmente me sorprendió, sentía que su mente había girado ciento
ochenta grados. Se había tranquilizado y pensaba normalmente. Era como si en el
fondo, él esperase lo que estaba a punto de ocurrir.
-¿De qué se trata?
Vi cómo se sacaba un objeto plateado del bolsillo, el
instrumento se encontraba en su peor momento, pero sin duda se trataba de la
vieja armónica de aquel niño que con cinco años había conseguido la atención de
personas asombradas por su genio musical.
-Esto es para ti. Sé que llevas años observándome, y no eres
el único, yo también te he observado. No sé que eres realmente, si un espíritu
mensajero, un demonio, un ángel de la guarda, pero ¿Sabes qué? me da igual,
porque sé que siempre has estado ahí para protegerme. Que cuando las cosas me
iban mal, tu aparecías inclinando la balanza hacia el lado contrario, y también
estoy seguro de que has puesto fin a mil batallas que se han librado por
razones despiadadas y sin rumbo, es por eso que te ofrezco esto como recompensa
por todo lo que has hecho por mí, y lo que seguirás haciendo por los demás.
Confío en ti y por eso te seguiré.
Me quedé atónito. Nunca antes había escuchado tal revelación
hacia mi persona. No daba crédito a las palabras que había recibido mi oído de
águila. ¿Era cierto que alguien a quien estaba condenando a morir, aunque fuese
un hecho irremediable, estuviese agradeciéndomelo? Es cierto que lo observé y
cierto es también que sin darme cuenta pude influir positivamente en algún
momento de su vida, pero si así fue no lo hice exclusivamente por él, sino por
el simple placer del entretenimiento, y puesto que era una persona interesante,
las cosas no debían acabar tan rápido. Pero ese era el único motivo por el que
de vez en cuando mi mente sin pensarlo tendía a cuidarlo y protegerlo. Sin
embargo, y dejando todo eso de lado, la persona que está aquí ahora es la que
viene a por su alma, todos los demás habrían suplicado entre lágrimas como él
hacía hace un momento, pero nunca me había enfrentado a una situación en que la
persona que se hallaba al límite encontrase un resquicio de humildad y
humanidad con la que me llegase a comprender de alguna forma, incluso hasta el
punto de ofrecerme un objeto sagrado para él. Deseé con todas mis fuerzas que
sus palabras hubiesen sido la verdad de mis intenciones pasadas.
Sin darme cuenta unas gotas cálidas comenzaron a resbalar
por mis huesudas mejillas, las primeras en todos mis días de vida. Me llevé la
mano a la cara limpiándome sorprendido esas muestras de afecto que habían
nacido de unos ojos sin brillo ni vida.
Contemplé al joven, que de repente me inspiraba terror, un terror por otro lado
placentero, puesto que era una persona capaz de cambiar mi vida de un momento a
otro.
Fue el chico el que se acercó a mi entonces, me cogió la
mano y me posó el instrumento rodeándome los dedos sobre él provocándome un
escalofrío .
Sonrió, y fue una sonrisa brillante, la más brillante y también la
más triste que había existido.