A pesar de ser generalmente apreciado por menores de edad,
he sido afortunada al darme cuenta de su importancia. Las películas
protagonizadas por personas reales nos hacen ver otra parte de la realidad,
pero no hay que olvidar que sigue siendo la realidad en gran magnitud.
La animación, contrariamente a lo que muchos piensan, es un
mundo apreciable por todas las edades, y sin lugar a dudas, reconfortante para
todas ellas. Es uno de los pocos medios que nos hacen ver la vida de una forma
más sencilla, lo que es mucho más fácil de comprender, y a través del cual
hemos aprendido desde pequeños los pilares fundamentales en los que se sustenta
la realidad de la sociedad. Forman, por todo ello, una parte fundamental de
nosotros, nos aísla durante un tiempo de nuestro día a día cotidiano y nos
distraen de los continuos acontecimientos que sacuden a la humanidad.
Recuerdo los cortos de Disney, los cuales te enseñaban sin
necesidad de diálogo, y con una magnífica banda sonora de fondo, los valores de
la vida y del planeta. Te mostraban cómo respetar, cómo amar, cómo hacerte
valer y cómo perdonar a los que no gozaban de estas cualidades. Personalmente
me siento feliz de haber crecido acogida por estas grandes obras animadas
y puedo presumir de haber aprendido, y seguir aprendiendo, cosas a partir de
los pequeños ejemplos que recibía y recibo con entusiasmo.
Sus escasas líneas y colorido nos aparta de los complejos
diseños y detalles que hallamos en la vida real transportándonos a un mundo
donde la única barrera es la pantalla del televisor, pero en el que hayamos un
universo infinito de posibilidades que nos relaja y nos hace parecer que lo imposible sea
posible.
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